sábado, 10 de octubre de 2009

Año Internacional de la Astronomía: Disputas y controversias


Galileo era hijo de Vicente Galilei, excelente músico de la época y uno de los creadores de la Ópera. En el “Cenáculo” o “Camerata florentina”, que se reunía en la mansión del aristócrata Conde de Vernio, Juan Bardi, se daban cita, entre otros, Jacobo Perí, Julio Cassini, y el citado Vicente Galilei. En ese ambiente de selecta cultura, se buscaba la “expresión de los sentimientos, las pasiones, y los caracteres de los personajes”. En síntesis, el retorno a la monodia de la música culta, invadida por el auge de la Polifonía, tan en boga en tiempos del Renacimiento.

Muy importantes eran las “declamaciones” de Emilio de Cavalieri, que influyeron en la música, la ópera, y el oratorio.

Todo este entorno, donde se practicaba el arte y la cultura, influyeron notablemente en la matriz donde abrevó Galileo Galilei.

De hecho, su formación humanista, de la que nada se dice, le permitieron al posterior célebre astrónomo, enseñar y comentar la “Divina Comedia” del inmortal Dante Alighieri, el reconocido “genio” de Florencia.

Poco se dice, de su cultura musical, debida al indudable influjo de su padre, que le permitió cultivar con solvencia varios instrumentos de viento y de cuerda, como la flauta y el laúd, por citar algo.

Benedetti, su maestro en Astronomía, le había convencido del error del sistema geocentrista. Por su parte, Galileo en 1590, se sabe que ya enseñaba en Pisa, el entonces controversial sistema heliocéntrico.

Uno de sus primeros libros fue “Siderus Nuncius” o sea el “Mensajero Sideral”, donde ya exponía las nuevas ideas.

Pero la piedra del escándalo fue la publicación de “Diálogos sobre los dos Máximos Sistemas del Mundo”, donde hace una magistral descripción del Geocentrismo por un lado, y del Heliocentrismo por el otro.

Luego efectúa una cáustica crítica a los partidarios del sistema de PTOLOMEO y defiende con ahínco a los partidarios del sistema de Copérnico.

La Iglesia, viendo el cariz que estaban tomando los acontecimientos, prohibió la lectura del libro “De las revoluciones del los orbes celestes” y lo puso en el INDEX, donde permaneció hasta los primeros años del siglo XIX.

Las diferencias se fueron haciendo cada vez más profundas, al negar Galileo la versión bíblica textual, de que Josué, el héroe hebreo, le había ordenado al sol detener su marcha en el cielo, hasta que sus enemigos fueran aniquilados en la batalla (“y el sol se detuvo”).

También en su afirmación “de que la Biblia nos enseña cómo ir al Cielo, pero no nos dice cómo es el Cielo”.

Pocos acontecimientos han tenido tanta influencia como la visión copernicana, defendida en su tiempo a capa y espada por Galileo en Italia y por Képler en Alemania.

Arrasó los puntos de vista medievales y abrió el camino a modernas concepciones mecanicistas y escépticas.

Aunque también, hay que decirlo sin pelos en la lengua, contribuyó al ocaso del humanismo y del Renacimiento: Barrió al hombre de su omnímodo sitial en el centro del Universo, y lo redujo a la categoría de ínfima partícula de polvo, perdido en la inmensidad de la maquinaria cósmica.

Los oponentes de siempre, que nunca faltan, algunos hombres de ciencia y conservadores de toda especie, comenzaron a oponer reparos.

Había algunos que se negaban a mirar por el anteojo, alegando que lo allí visto, era producto de “brujería”. Otros afirmaban que las manchas que se apreciaban en el sol, en realidad estaban “pintadas en el vidrio”.

Las presiones fueron creciendo, fomentadas por sus pretendidos contradictores, gente envidiosa y de mala fe, y por los filósofos escolásticos, tan necios como empecinados seguidores del Estagirita, que veían el derrumbe de su prestigio y de su poder, con cada experimento científico y con cada descubrimiento astronómico.

No obstante, se sabe que hubo sabios, incluso en el clero, por ejemplo Jesuitas, que siguieron los postulados heliocéntricos, aunque en la reserva más absoluta.

Lo cierto es que al final, se produjo la retractación tan esperada del sabio italiano, que fue recluido a prisión domiciliaria en su villa de Arcetri, donde lo visitaron ilustres viajeros extranjeros, atraídos por su inmensa reputación.

Murió en la más completa ceguera, como resultado de observar el Sol sin haber tomado las precauciones debidas, quien tuvo el honor y la dicha de develar algunos de los más profundos misterios del Cosmos.

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